17 abril 2011

La Twittocracia

Desde que Platón nos obsequiara con su discernimiento filosófico  La República, mucha agua ha pasado bajo el río. Los romanos llevaron, con sus conquistas, los acueductos, puentes, calles y sistema de organización que fueron calando en la mayoría de los pueblos. La revolución francesa, hija del la Ilustración y el proceso de independencia de los Estados Unidos de Norteamérica, da paso a la primera República y enciende la mecha de lo que serían revueltas contra los sistemas monárquicos, costando no pocas cabezas reales a lo largo y ancho de Europa.
Las democracias representativas, es decir, el poder del pueblo a través de un grupo de ciudadanos elegidos para formar parte del congreso se ha ido popularizando en todos los continentes con mayor o menor acierto, al igual que las maniobras de grupos de poder para centralizar el poder de decisión y beneficiarse de ello.
Actualmente existe la errónea concepción de que democracia es "votar" cada cierto tiempo para elegir a nuestros congresistas, delegando, en manos de estos, todos y cada uno de los asuntos de la "res pública". De esta forma, nos hemos vuelto pasivos espectadores de un sinfín de normas, leyes y decretos que han ido menoscabando, poco a poco, nuestras libertades individuales y nuestro derecho a asumir las riendas de nuestra vida.
Con nuestro alejamiento y apatía ante el quehacer diario en los asuntos públicos, hemos brindado en bandeja de plata a los grandes interés económicos y políticos la posibilidad de manejar a este pequeño grupo de delegados a su antojo, de comprar sus conciencia con suculentos apoyos económicos para el sostenimiento de los partidos políticos y sus campañas electorales, siendo esto más grave en los países en los que, como en el caso de España, las votaciones son por listas cerradas. Listas de nombres desconocidos, en su inmensa mayoría por el votante y puestos en ella por el interés del "partido" que no del ciudadano al que dice querer servir.
Los estados, perfectamente diferenciados por fronteras bien delimitadas y protegidas a fin de controlar el trafico de personas y bienes permiten a los gobernantes de turno mantener en un cierto aislamiento a sus ciudadanos, dándose el caso aun hoy, en pleno siglo XXI de que en algún país se requiera permiso de las autoridades no solo para entrar sino, también, para salir del mismo. Las fronteras permiten al estado controlar la circulación de libros y revistas, así como de personas cuyo pensamiento sea contrario a los criterios del grupo de poder.
Durante muchos años ha sido así, sin embargo, la tan denostada globalización, está logrando una cada vez mayor penetración de Internet como red de conexión global, permitiendo a cada usuario tener acceso al acontecer diario y mostrar al mundo sus pequeñas y grandes riquezas y miserias como individuo, brindándole la oportunidad de convertirse en el informante y el informado en forma simultanea. Dispone de la capacidad de contrastar información y organizarse, a través de las distintas redes sociales.
Es ya común esperar que los políticos dispongan de páginas en facebook creadas por ellos, por sus seguidores y por sus detractores. Twitter, ha permitido que podamos seguir ya no día a día sino minuto a minuto el quehacer de las personas, llamense estos deportistas, políticos o simples conocidos.
No pocas "revoluciones" políticas y comerciales han visto la luz gracias a  iniciativas que se propagaron, de forma viral, a través de internet.
Este exceso de información lejos de asustarnos debe alentarnos a dar un paso adelante en la toma de las riendas de nuestro destino como personas y dejar de ser simples borregos dirigidos por unos pocos.
Es hora ya de cambiar la vieja idea de la democracia, la tecnología nos permite hoy dar un paso descomunal en el seguimiento de aquellos en quienes hemos delegado la administración de los bienes públicos.
Las nuevas tecnologías de la información están cambiando no solo nuestra forma de hablar, están cambiando nuestra forma de vida.
Entramos en la Twittocracia en un facemundo global.
Lo que ocurra con ello, como siempre, dependerá de nosotros en cuanto individuos libres. Y no olvidemos que pese a lo que digan o quieran hacernos creer, la libertad es un bien que hay que luchar cada día para mantener.

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