15 septiembre 2010

La Venezuela que no fue

Le escuche decir en una ocasión a Luis Giusti (ex-presidente de PDVSA, de cuando ésta era una de las 5 corporaciones más grandes del mundo según Fortune 500) que Venezuela estaba condenada a un futuro promisorio pero que ese futuro se empeñaba en no llegar.
Se inauguraba entonces el Salón Petrolero en un conocido hotel marabino. El año, disculpen, pero se escapa a mi memoria.
Venezuela en las décadas del 50 al 80 vio salir de sus universidades y centros de estudios jóvenes altamente capacitados, muchos de los cuales ingresarían en PDVSA, La Electricidad de Caracas, el Grupo Polar, las Empresas Mendoza y no pocos serían captados por transnacionales que valoraban el potencial de estos muchachos,
Eran días en que los servicios de telecomunicaciones e infraestructura constituían una poderosa barrera a la hora de realizar la más sencilla gestión de trabajo, pero eso, más que obstáculo parecía convertirse en un reto más.
Esa generación de jóvenes que se llegaron a beneficiar de los planes de becas de la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, graduados en prestigiosas universidades internacionales y nacionales, tomaron el relevo en refinerías y campos de producción tras la nacionalización de la industria petrolera. Eran tiempos en que la meritocracia estaba aun de moda. Se reconocía la capacidad y el esfuerzo y, lejos de partidismos políticos, los planes de capacitación estaban orientados a lograr maximizar la pericia de nuestros profesionales a objeto de contar con empresas más eficaces y competitivas.
Desgraciadamente, nuestros dirigentes políticos, respaldados por la apática pasividad ciudadana, se empeñaron en distribuir la riqueza minera del país a través de los siempre mal aplicados y peor entendidos programas sociales y, de esa forma, Venezuela terminó encontrándose con hospitales sin camas ni medicinas, escuelas sin mantenimiento ni recursos, institutos donde la educación quedaría en segundo plano, hermosas edificaciones rodeadas de destartaladas chabolas construidas de cualquier manera. Servicios de agua y electricidad que todos roban y nadie paga. Donde se enraizó el mito de la gasolina barata, que el "juan bimba" defiende a muerte cuando al único que beneficia es al de la ya casi inexistente clase media o quien se permite el lujo de disponer de doss o más vehículos de alta cilindrada.
Se le negaron recursos a la justicia, que medraría en tribus de jueces y abogados, se escatimaría recursos al policía que se veía obligado a ser vecino del "malandro" del barrio y a quien, no pocas veces terminaría prestando su arma reglamentaria para "hacer un trabajito".
Y por si los males fueran pocos, en los cuarteles se cocinaba,a fuego lento, una extraña revolución mal llamada bolivariana que vendría a trastocar la hasta entonces jovial paz en que convivía el venezolano.
Para Chávez, su máximo exponente, todo valdría. Empezando por saltarse la constitución e intentando tomar el poder excusado en "las injusticias que según él se cometían". Argumento que deja de tener validez, a los pocos años, al efectuarse cambio de protagonistas.
Y se truncó Venezuela. Se acabó aquella Venezuela en la que parecía que si nos dejaban trabajar en paz, el país progresaría. Aquella Venezuela en la que si permitían al ciudadano poner en práctica su inventiva, su creatividad, el nivel de vida subiría rápidamente.
Pero aquella Venezuela no fue. Y se inventaron otra. Con otro nombre, con otros símbolos pero con más miseria.
Esta, la de ahora, es una Venezuela triste, paralizada, sin ideas, gris, sin vida.
Y sin embargo, pienso que se tarde uno, diez o veinte años, la otra Venezuela, la Venezuela que no fue, podrá ser reconstruida.
Para eso preparo a mis hijos. Para eso los preparan quienes vivieron la Venezuela bonita.
Y quien sabe, a lo mejor, hasta yo tengo la suerte de volver a abrazarme fuerte con el brisote de Paraguaná, mirar hacia Cardón y Amuay y aceptar que Giusti tenía razón y Venezuela estaba condenada al éxito, aunque fuese a largo plazo.

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