22 noviembre 2010

Cuánto vale el trabajo?

Hace no mucho tiempo, el simple hecho de que una persona tuviese un empleo o fuese un artesano cualificado era motivo de reconocimiento y aplauso por parte de la sociedad. Ser una persona honesta y trabajadora era, en buena medida, un capital. La gente se identificaba con lo que hacía y se sentía orgullosa de cumplir su cometido de la mejor forma posible. Eran tiempos difíciles, como lo ha sido siempre. Obtener beneficios implicaba desarrollar una labor en la forma más eficaz, de forma que los costos estuviesen siempre por debajo de los precios de venta con lo que se cubren costos operativos y se generaría un beneficio del que se reinvertía una parte en el crecimiento y desarrollo de la empresa y otra parte se le devolvía a los accionistas que habían arriesgado su capital en ese proyecto.
Con el transcurrir del tiempo, personas y empresas, en la inmensa mayoría de los casos, iban viendo aumentar su prestigio, ganado experiencia y mejorando sus ingresos, con lo que un mejor nivel de vida era la lógica recompensa por años de esfuerzo y dedicación. Cualquiera le diría, en aquellos días, que el pan no caía del cielo; había que ganárselo.
Desde que la humanidad existe, siempre han habido quienes poseen más que otros, con lo que evidentemente se crean diferencias en cuanto al nivel de vida entra las personas. Algunos han pretendido que esos desniveles son injustos y que debe redistribuirse la riqueza a fin de que todos poseamos un mismo nivel de vida, mismas comodidades y beneficios.
La naturaleza, por alguna razón misteriosa, nos hizo a los seres humanos diferentes. Unos más altos, otros bajos, los hay con una fuerza descomunal y quienes poseen una debilidad extrema, los hay gordos y los hay flacos. Unos más ambiciosos ya otros menos, algunos más aptos para los estudios y otros menos. De todo esto se desprende un problema en el reparto de la riqueza: alguien debe crearla y si a todos les otorgaremos una parte de ella, cuánto de esa riqueza le damos y cuánto le exigimos que contribuya a producirla?
La solución de los sacerdotes de la religión del reparto puede resumirse en la máxima: a cada quien según sus necesidades y cada cual según su capacidad.
Las necesidades y capacidades las definen estas buenas personas que se brindan a formar parte del gobierno paternalista que cuida y protege de todo mal a sus ciudadanos.
Al final lo que se logra es que la gente prefiera cobrar un subsidio de paro antes que buscar trabajo. Cobrar un subsidio y hacer trabajos sin declarar. Pedir ayudas al estado para vivienda, estudios, medicinas y todo lo necesario para cubrir sus derechos, que según el estado paternalista son muchos y variados.
Finalmente el trabajo, aquel trabajo que dignificaba y que diferenciaba ( que insisto en que no somos iguales) fue perdiendo valor ya que sin mucho esfuerzo, algunos podían obtener más.De hecho hemos logrado, en nuestras democracias paternalistas, que el trabajo y, sobre todo, el emprendedor y empresario, sean mal vistos, teniendo casi que disculparse por tener la ambición de querer hacer con esfuerzo propio.
Lo mismo ocurre con nuestro sistema educativo, hemos desvalorizado totalmente el esfuerzo, premiamos al que menos rinde con clases especiales y tutores especiales mientras castigamos al que rinde obligándoles a seguir el ritmo de quienes menos interés o aptitudes tienen.
Hemos desvirtuado a tal grado el concepto del trabajo que pretendemos lograr riquezas sin producirlas, nos creemos con derecho a ellas y no pocos de los mal llamados empresarios podrían subsistir sin las dádivas estatales.
Al final del camino nos encontramos renegando de lo único que puede generar riqueza y prosperidad: del trabajo.
De esta crisis, de este tipo de crisis en la que estamos sumidos no saldremos jamás si no retomamos los valores que hemos ido soltando por el camino: trabajo, creatividad y esfuerzo individual son el único camino con garantía de éxito.  Aplaudamos a los emprendedores, a los que con su iniciativa e ingenio crean vías para producir riqueza y basta ya de demagogia barata.
Ya me lo decía mi sabia abuela: el único lugar donde el éxito viene antes que el trabajo es en el diccionario!.
 @jmgcelta    http://necolandia.blogspot.com/

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