16 julio 2010

Este loco mundo estatal.

Dicen por ahí, que el mundo está loco. Los políticos, el funcionario de la política, olvidados de su función se han vuelto un fin en si mismos. Sobrevivir. Mantener el poder a toda costa, alimentando el mito de lo mucho que la sociedad los necesita para arreglar todos nuestros problemas.
Ellos nos dicen, sin mayor reparo, qué es bueno para nosotros y qué no.  Su preocupación llega a tal extremo que nos prohíben hacer, amenazándonos con horribles castigos, si incurrimos en la grave falta de hacer lo prohibido. Son tantas y tantas las leyes que han realizado. Son tantas las que se preparan a promulgar. 
Nunca hubiese imaginado que esto de vivir fuese tan complicado.
Pero, qué tanto necesito yo de un cuerpo de ministros, asesores, alcaldes, gobernadores, concejales y una ristra de cargos administrativos. Departamentos de control. Y quién controla al controlador?
El estado, ese aparato mayúsculo, de una eficacia minúscula, nos ahoga. Nos quita lo logrado con nuestro esfuerzo y trabajo para repartirlo entre todos. Para garantizar los derechos de los ciudadanos.
No hay nada más injusto en el mundo que quitar a quien trabaja para dárselo a quien no, a cambio de nada.
Otra cosa es la caridad pública, o políticamente más correcto, la solidaridad social, que no deja de ser otra cosa más que caridad (En la religión cristiana, una de las tres virtudes teologales, que consiste en amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos. Actitud solidaria con el sufrimiento ajeno. Obra de caridad: la que se hace en bien del prójimo).
Qué nos impide desmontar el elefantiásico estado que poseemos? Por qué extraña casualidad a mayor «estado de bienestar» mayor infraestructura estatal, mayor costo?
Por qué lo que obtenemos a través del funcionario sería más económico o más eficaz, de mayor calidad? La explicación quizás la encontramos en el mito de que «no cuesta nada al ciudadano». En la sanidad pública usted no paga al hacer uso de ella, en los institutos y universidades del estado, usted no paga nada al hacer uso de sus servicios. El estado subvenciona teatros, museos, cine, orquestas y un sinfín de manifestaciones culturales. Y por ello, si la calidad de la enseñanza pública  es mala, si la asistencia sanitaria es peor, no reclamemos, porque es gratis. Y ahí es donde está la trampa.
Usted no paga nada porque ya le cobraron, usted paga al estado durante las 24 horas del día los 365 días del año. Mientras duerme, su nevera consume electricidad, que le facturan con el recargo impositivo correspondiente. Paga, a través del IVA, al consumir, pan, ver la película subvencionada, con su propio dinero; bien podríamos decir que paga dos veces: una para que la hagan y otra por verla. Paga cuando se compra un par de zapatos, paga cuando pone combustible en su automóvil, paga cuando se compra una vivienda y hasta hace poco pagaba también por la decisión de sus padre de dejarle en herencia una propiedad por la que habían pagado impuestos toda la vida y, sobre todo,  paga, cuando el estado le extrae un porcentaje del dinero que usted ganó producto de su esfuerzo, ideas, dedicación y arriesgando su capital. Porque, no nos equivoquemos. Aquí todos somos empresarios, sin excepción. El picapedrero alquila sus brazos, su fuerza, a un precio acordado y su capital consiste justamente en eso, sus brazos, su fuerza y aspira a sacar el mayor beneficio de ella.
Y pagamos, sin pensar, sin exigir, sin reclamar, porque, aquí el otro gran mito: «el dinero público no es de nadie». Error de errores!. El dinero público es suyo y mío. Sobretodo mío, que he sentido en el alma como me lo han arrebatado y ahora pretenden utilizarlo según se le antoje al mandatario de turno, sin dar explicaciones y, lo que es peor, sintiéndose ofendido al exigirlas, porque, «el dinero público no es de nadie». 
Nadie. Entiéndase bien, nadie sabe mejor que yo en que gastar mi dinero. Y la caridad pública, perdón, la solidaridad ciudadana, es justamente eso: un asunto de los ciudadanos y no del estado.
Para administrar mi capital no tengo porque pagar al administrador un chofer, un despacho descomunal, un asesor, unas vacaciones que no puedo disfrutar yo, ni una jubilación prematura con la que difícilmente pueda hacerme yo, que soy quien la paga.
Es hora de asumir responsabilidades. Menos estado, menos funcionarios, mas emprendedores, mismos riesgos pero con menos mentiras.
Es hora de entender que un país es lo que cada uno de nosotros hacemos que sea. Es hora de elegir: esclavos de un estado paternalista que nos «garantiza seguridad» u hombres libres dispuestos a asumir los riesgos de defender nuestra libertad.

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